viernes, 14 de febrero de 2014

Repartir soluciones cuando no hay problemas (II)

Yo concibo el Estado como toda una organización cuyo objetivo genérico es facilitar la convivencia entre los miembros de una sociedad cuando la convivencia se vuelve hostil. Para conseguir ese complejo objetivo, entiendo que el Estado debe valerse de leyes (redactadas por expertos suficientemente acreditados), de personas e instituciones que interpreten y garanticen la justicia explícita en esas leyes y, por último, personas e instituciones que velen por el cumplimiento de las mismas.

Me da igual la jurisdicción territorial o material de una ley determinada, y tampoco importa su naturaleza. Da igual que sean decretos, leyes orgánicas, o normas sobre situaciones muy concretas. Todo el mecanismo del Estado debe estar programado para garantizar que esas leyes son justas y que se cumplen.

Así, el Estado debe meter la nariz en cuestiones económicas, laborales, sociales, medioambientales, culturales… para garantizar que todos y cada uno de los individuos que componen su sociedad estén protegidos y sean apoyados. Cuando existe un conflicto entre dos partes de una relación, el Estado debe velar por que ninguna de las partes se convierta en vasalla de la otra. Si un empresario alcanzara su máximo desarrollo valiéndose de leyes laborales que esclavizan a sus contratados, el Estado debe compensar la situación, sin importar que ese empresario no llegue tan lejos, siempre y cuando los trabajadores de su empresa tengan garantizados todos sus derechos fundamentales y laborales.

No entiendo la intervención del Estado en muchas otras cosas que escapan a todo lo expuesto hasta ahora. Algunos –muchos de ellos son esos emprendedores voraces que justifican su remontada con el fin conseguido sin tener en cuenta el medio defienden que el Estado no intervenga en cuestiones laborales y otras parecidas. Para los republicanos estadounidenses, el Estado es, simplemente, un estorbo; lo ideal para ellos es la cotidianización de la “ley del más fuerte”. Obviamente la aclaman desde el lado del más fuerte.
Pues bien, todo eso viene a que de nuevo no entiendo y al parecer no lo entenderé nunca por qué los cuerpos de seguridad se empeñan en repartir soluciones cuando no hay problemas. Vuelvo a mi idea inicial: la intervención de cualquier mecanismo del Estado es necesaria solo cuando hay un conflicto en la convivencia. Si no lo hay, el Estado más bien –y ahora sí– estorba.

Este es el caso concreto: hoy iba caminando por una acera en cuesta en Granada. Me disponía a cruzar un paso de peatones, al que se acercaba un coche que ha ido aminorando la velocidad con la intención de cumplir la norma y dejarme pasar. Yo, que no iba muy lanzada –en realidad necesitaba recuperar un poco el resuello y sé lo que significa parar en una cuesta, volver a meter primera, el acelerón con su consumo de combustible… le he hecho un gesto con la mano para que siguiera sin parar. No había más peatones, no venía ningún otro coche detrás… Y el coche ha pasado y Santas Pascuas. O sea, uno de esos casos en que la aplicación de la norma no es necesaria ni tampoco la intervención del Estado puesto que la convivencia no es hostil sino todo lo contrario. Además de que en esas situaciones demostramos que somos personas capaces de entendernos sin que venga nadie a leernos la cartilla.

Pero, claro, los mecanismos del Estado son ya el mecanismo de control véngale o no le venga, y suelen estar, no ya solo en la sopa, sino en el agua que vas a utilizar para hacer el caldo. Un coche de la Policía Local ha visto la operación y se ha parado haciéndole gestos a la mujer que me había dejado pasar por mi indicación. Le hacían gestos para que detuviera su coche y se apartara de la vía. Al darme cuenta, me he vuelto y he empezado a andar hacia ellos, con la intención de impedir como fuera una multa que yo habría provocado y que habría sido totalmente injusta. Una vez más, una de esas aplicaciones de soluciones donde no hay problemas, creándolos. Y un nuevo golpe de conciencia, de pregunta y de resquemor: ¿para qué están en realidad estos tipos?, ¿cuáles son sus obligaciones y sus objetivos?, ¿siguiendo qué consigna se calzan todos los días la gorra y la porra?


Milagrosamente se han ido sin más, han dejado de gesticular, una miradita chulesca a mi persona y fin del cuento. Menos mal, porque estaba dispuesta a almorzármelos.



14 de febrero de 2014 

martes, 4 de febrero de 2014

Repartir soluciones cuando no hay problemas

«A ver si por una simple multa de tráfico va a acabar esto a puñetazos y con algún detenido», fue parte de lo que nos dijo anoche un municipal en la C/ Carmen de Burgos. Extendían recetas a tres coches estacionados en la acera. Nosotras salíamos de una de esas casas y nos encontramos con el percal: los afectados discutían con un agente. Mi amiga –vecina de esa calle– se acercó a preguntarles por qué no acuden a las llamadas que hacen los sábados cuando, por motivo del mercadillo del Zaidín, esa misma acera se llena de coches impidiendo el acceso a viviendas y cocheras, e incluso impidiéndoselo a los servicios de emergencia en caso necesario.

La «simple multa de tráfico» ascendía a 200 €. Uno de los coches condecorados pertenecía a una pareja jovencísima que estaba recogiendo a su hijo pequeño. Dijeron estar en paro. Si es verdad, lo de «simple multa» sobraba: en la mayoría de las economías familiares, por desgracia, 200 € son un pastizal. Estaban infringiendo el código pero, en realidad, no estorbaban. Por eso mi amiga se acercó a saber por qué no acuden cuando sí estorban y son muchos más. Dijeron que alguien había denunciado y que hacen su trabajo; nosotros, que tenían la posibilidad de decidir. (Una vez tardaron 6 meses, desde mi primer aviso, en retirar de mi calle dos coches abandonados que ocupaban tres de los 10 escasos estacionamientos).

He amanecido con sensación de que fuimos amenazados. Siento que nos engañan, que toman decisiones pero demasiadas veces para castigarnos. Que en realidad nadie denunció sino que patrullan por una «simple» recaudación extra. Había motivo de sanción pero ninguna necesidad. Al retirar esos tres coches, la calle quedó como antes de retirarlos: tranquila, nadie estorbaba a nadie. La intervención policial no solucionó nada, pues ningún problema había. Así que algunos hacen su trabajo repartiendo soluciones donde no hay problemas y, con ello, los crean.




11 de enero de 2014 

El contrafuego

¿Y si hiciéramos lo mismo que hace nuestro Gobierno: difundir hasta la hartura, sea verdad o mentira, lo que ellos quieren que pensemos?

Últimamente hablan hasta la saciedad de la incipiente recuperación económica, la misma que ni se nota ni, por ahora, se espera. Pero ellos lo sueltan en cada discursito, en cada congresito, en cada mocho de micrófonos. Es mentira, pero es verdad aquello de “una mentira repetida mil veces…”. Así que, para empezar, la estrategia no es mala. En principio puede sembrar dudas a favor en las cabezas de los que les votaron y ahora dudan en su contra, y esos serán unos miles de votos, supongo. Después puede que esa mentira clonada se instale como cierta en las cabezas de los más perezosos, y les venga estupendamente que por fin haya buenas noticias, pues ya llevaban mucho tiempo fuera de los laureles y quieren volver a dormirse.

No estaría mal hacer lo mismo. Podríamos empezar por repetir que el miedo ha cambiado de bando. Repetirlo una y otra vez. En fotofrases, en artículos, en viñetas, en discursos alternativos y debates de radio o televisión. Mientras almorzamos con nuestra familia o les explicamos la fotosíntesis a nuestros hijos. Con conocidos en el bus, bien fuerte, para que nos oigan los de alrededor.

Porque se trata de conciencia. Se trata de meternos en vena la idea de que ellos son nuestros empleados y que trabajan para nosotros, y que tenemos que pedirles cuentas y no permitirles las fechorías que hasta ahora van imponiendo a golpe de decreto, sentencias y amnistías. Hablo de perder el miedo y publicarlo a los cuatro vientos hasta aburrir a las mismísimas piedras, si hace falta. De estar en la calle, de firmar, de protestar, de ser la oveja negra de cualquier reunión y expandir nuestra conciencia, hablarle a nuestros conocidos de lo que sabemos, difundir los vídeos delatores y las noticias analíticas. Que nuestros hijos vean que peleamos y vigilamos a nuestros trabajadores (los políticos) y los castigamos cuando no hacen las cosas para las que fueron contratados con nuestro voto. Así, ya que nosotros la hemos perdido, sembraremos en ellos la conciencia de clase, el apoyo mutuo tan necesario para que no nos roben la vida.

La cosa pública debe funcionar porque es la única manera de que una sociedad proteja a todos sus individuos, incluidos los que no son emprendedores, los que son torpones y no le atinan a labrarse un porvenir, los que han nacido con deficiencias o los que quieren usar su derecho de hacer con su cuerpo lo que les dé la gana. Pero España se está convirtiendo en una empresa privada que hace balance económico cada dos por tres, y en ese balance no están los desvalidos ni los que han tenido mala suerte ni los que no han sabido jugar sus cartas. La sociedad debe protegernos a todos. Exigirnos, también, pero protegernos.

Repetir que ya no tenemos miedo es empezar a perderlo. No tenemos miedo a protestar, por muy feas que se hayan puesto las leyes. Ni a ocupar nuestro tiempo en charlas o debates alternativos. Ni miedo a denunciar fechorías que se han institucionalizado. Hay una palabreja por ahí, en nuestro gallardo idioma, que puede darnos una metafórica esperanza:

contrafuego.
1. m. P. Rico. Fuego que se da en un cañaveral u otra plantación para que cuando llegue allí el incendio no se propague, por falta de combustible.

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Ahora mismo somos pastizal que están quemando porque nos consume la teoría del "no podemos cambiar nada". Procuramos resistir, llegar a fin de mes, que no nos toque la china de un despido, de falta de trabajo, que nuestra familia pueda seguir apoyándonos económicamente, y entonces cada fin de mes ardemos, volvemos a arder, convirtiendo en legítimas sus fechorías. Pero cuando pase lo anterior, cuando hayamos difundido por todos sitios que hemos perdido el miedo y en la mayoría de las conciencias sea verdad, el fuego de estos indignos llegará a algo que ya está ardiendo, un fuego controlado que no les permitirá avanzar porque se habrán quedado sin el combustible que les permite arder a ellos, se habrán quedado sin las personas asustadas de las que se nutren.



4 de febrero de 2014