Yo concibo el Estado como toda una organización cuyo
objetivo genérico es facilitar la convivencia entre los miembros de una
sociedad cuando la convivencia se vuelve hostil. Para conseguir ese complejo
objetivo, entiendo que el Estado debe valerse de leyes (redactadas por expertos
suficientemente acreditados), de personas e instituciones que interpreten y
garanticen la justicia explícita en esas leyes y, por último, personas e
instituciones que velen por el cumplimiento de las mismas.
Me da igual la jurisdicción territorial o material de una
ley determinada, y tampoco importa su naturaleza. Da igual que sean decretos,
leyes orgánicas, o normas sobre situaciones muy concretas. Todo el mecanismo
del Estado debe estar programado para garantizar que esas leyes son justas y que
se cumplen.
Así, el Estado debe meter la nariz en cuestiones económicas,
laborales, sociales, medioambientales, culturales… para garantizar que todos y
cada uno de los individuos que componen su sociedad estén protegidos y sean apoyados. Cuando existe un
conflicto entre dos partes de una relación, el Estado debe velar por que ninguna
de las partes se convierta en vasalla de la otra. Si un empresario alcanzara su
máximo desarrollo valiéndose de leyes laborales que esclavizan a sus
contratados, el Estado debe compensar la situación, sin importar que ese
empresario no llegue tan lejos, siempre y cuando los trabajadores de su empresa
tengan garantizados todos sus derechos fundamentales y laborales.
No entiendo la intervención del Estado en muchas otras cosas
que escapan a todo lo expuesto hasta ahora. Algunos –muchos de ellos son esos
emprendedores voraces que justifican su remontada con el fin conseguido sin
tener en cuenta el medio– defienden que
el Estado no intervenga en cuestiones laborales y otras parecidas. Para los
republicanos estadounidenses, el Estado
es, simplemente, un estorbo; lo ideal para ellos es la cotidianización de la “ley
del más fuerte”. Obviamente la aclaman desde el lado del más fuerte.
Pues bien, todo eso viene a que de nuevo no entiendo –y al parecer no lo entenderé nunca– por qué los cuerpos de seguridad se empeñan
en repartir soluciones cuando no hay problemas. Vuelvo a mi idea inicial: la
intervención de cualquier mecanismo del Estado es necesaria solo cuando hay un
conflicto en la convivencia. Si no lo hay, el Estado más bien –y ahora sí– estorba.
Este es el caso concreto: hoy iba caminando por una acera en
cuesta en Granada. Me disponía a cruzar un paso de peatones, al que se acercaba
un coche que ha ido aminorando la velocidad con la intención de cumplir la
norma y dejarme pasar. Yo, que no iba muy lanzada –en realidad necesitaba recuperar un poco el resuello– y sé lo que significa parar en una cuesta,
volver a meter primera, el acelerón con su consumo de combustible… le he hecho
un gesto con la mano para que siguiera sin parar. No había más peatones, no
venía ningún otro coche detrás… Y el coche ha pasado y Santas Pascuas. O sea, uno
de esos casos en que la aplicación de la norma no es necesaria ni tampoco la
intervención del Estado puesto que la convivencia no es hostil sino todo lo
contrario. Además de que en esas situaciones demostramos que somos personas
capaces de entendernos sin que venga nadie a leernos la cartilla.
Pero, claro, los mecanismos del Estado son ya el mecanismo
de control véngale o no le venga, y suelen estar, no ya solo en la sopa, sino
en el agua que vas a utilizar para hacer el caldo. Un coche de la Policía Local
ha visto la operación y se ha parado haciéndole gestos a la mujer que me había
dejado pasar por mi indicación. Le hacían gestos para que detuviera su coche y
se apartara de la vía. Al darme cuenta, me he vuelto y he empezado a andar
hacia ellos, con la intención de impedir como fuera una multa que yo habría
provocado y que habría sido totalmente injusta. Una vez más, una de esas
aplicaciones de soluciones donde no hay problemas, creándolos. Y un nuevo golpe de conciencia, de pregunta y de resquemor: ¿para qué están en realidad estos tipos?, ¿cuáles son sus obligaciones y sus objetivos?, ¿siguiendo qué consigna se calzan todos los días la gorra y la porra?
Milagrosamente se han ido sin más, han dejado de gesticular,
una miradita chulesca a mi persona y fin del cuento. Menos mal, porque estaba dispuesta
a almorzármelos.
14 de febrero de 2014