martes, 27 de enero de 2015

El que alimentes, querido, el que alimentes

Las vacas estaban gordas. No entendía ciertas injusticias en mi situación laboral. Lo comentaba en mis variados entornos y la respuesta que encontraba casi siempre y que nunca me convenció era que «eso es que es así». Ahora, con las vacas flacas –famélicas en algunos hogares–, pocos dicen «eso es que es así». Le gente está cambiado, se está moviendo hacia donde yo quería, al menos una parte de la gente; en realidad, se está moviendo hacia lo inevitable: intervenir en nuestro destino para intentar recuperar nuestra dignidad. Uno no tiene buena o mala suerte: uno hace cosas que cambian sus propias circunstancias, o no hace nada y entonces sus circunstancias se van quedando como las dejan entre todos. Uno puede flotar en un río o nadar hacia un destino. Si lo consigue o no, depende a la vez de otros factores.

Hace un par de años o tres que me he cambiado de bando. He cambiado el sueño en los laureles por los días sin apenas dormir. Estoy trabajando para la gente y muchas veces ni lo sé. No gano un céntimo ni tengo esperanzas de ganarlo. No vine aquí por eso aunque lo necesite. Soy compañera de la sombra, y la sombra es mi compañera. La cuido porque me protege en este universo que ni conozco ni controlo ni a veces me interesa, y trabajo anónimamente. No soy políticamente nadie aunque mis amigos argentinos siempre me dicen que no interesarse por la política es otro modo de hacer política, y es el peor.

Bien. Salí de los laureles. Había creído que ya estaba todo controlado, que por fin estábamos encaminados hacia el gran proyecto de derogar la ley del más fuerte. Por fin habíamos abandonado la dictadura, por fin los que no son emprendedores, ni listos, ni capaces, ni trabajadores, ni «fieras» empezaban a tener un sitio en la sociedad. Porque la sociedad tiene que proteger a todos sus individuos, sean estos como sean. Uno nace al mundo pero no nace en un erial. Lo primero que obtiene son derechos. También obligaciones pero, antes que nada, derechos. Y así debe ser.

Pero nuestra especie ha desarrollado una crueldad para consigo misma que, en lo grande y en lo chico, es inadmisible. Por alguna razón hemos dejado de cultivar nuestro espíritu para promocionar otras cualidades humanas, y no las mejores. Hace siglos que promocionamos la pillería frente a la inteligencia, la ambición frente al empeño por crecer, la capacidad de emprender proyectos en lugar del disfrute de un proyecto mismo, el vértigo en nuestros quehaceres por la contemplación de las cosas. Hoy no se puede ser guapo, por ejemplo: en el momento en que el entorno te descubre unas cualidades físicas, las explota hasta tal punto que lo que tengas dentro no interesa. Hemos olvidado que la belleza no está en las puestas de sol sino en los cerros pelados: si se sabe ver, nos llena más. Y, de ahí, nuestra actitud para con los demás es rigurosa en lugar de comprensiva. Hemos perdido la capacidad de calzarnos los zapatos del otro. Hemos elevado el volumen de nuestra voz para disfrazarnos de coherentes. Hemos desarrollado toda una habilidad de respuestas rápidas frente a los razonamientos meditados. Hemos negado, en fin, el respeto merecido del otro. No atendemos, no escuchamos, no comprendemos. Y esta actitud se ha institucionalizado. Lo peor que nos podía pasar: que lo de «es que eso es así», las injusticias, las actitudes inadmisibles, se han vuelto oficiales. Nuestros representantes las han inscrito en piedra y, valiéndose de la falta de implicación de la gente, de nuestra falta de vigilancia, las han convertido en actitudes no solo admisibles sino normales. «Eso es que es así». Y entonces tenemos que adaptarnos a una corriente que nos lleva no solo hacia donde no queremos, sino por los caminos que no estamos dispuestos a transitar. La cosa es grave porque no es que estemos flotando en el río y nos estemos dejando llevar: algunos estamos remando para tener otros escenarios en nuestras vidas y nos está resultando imposible. Pero una vez leí esto: «Lo imposible solo tarda más en llegar». Y esto otro: «Nadie es tan fuerte como para hacerlo solo, ni tan débil que no pueda ayudar». ¿Qué necesitamos, pues?, ¿de qué manera podemos cambiar el cauce de este río que nos lleva? Necesitamos lo que siempre hemos dicho: la unión de la gente. Imponer el sentido común. Imponer la coherencia.

Y entonces la gente se ha unido. Otros que estaban conmigo en los laureles, tan tranquilicos, se han remangado. Este carro es grande. Estamos tratando de sentarnos en el pescante para hacernos con las riendas y ofrecérselas al resto para que entre todos corrijamos el trayecto por el que vamos. No es fácil. No estamos todos. Hay quienes todavía no recobran la ilusión. Algunos ni siquiera han recobrado el resuello por sus trabajos esclavos, y lo han dado todo por perdido. Otros ni siquiera se han planteado que su actitud influye en los resultados. Pero ahí estamos una serie de personas, miles, trabajando para el resto de la gente. A veces lo olvidamos. Estamos tan metidos en crear nuestros documentos de referencia, en implantar buenos modelos de trabajo, en mantener conversaciones espontáneas para seguir avanzando, en crear contenidos que cambien nuestras ciudades, que nos olvidamos de la ilusión que la gente como nosotros ha puesto en nosotros sin saberlo. Somos gente normal pero, si no nos paramos un poco de vez en cuando a meditar, a contemplar, corremos el riesgo de apartarnos de esa esencia que somos y, lo que es peor, de lo que nos trajo aquí.

No importa no saber demasiado. Ni siquiera importa no entender de cuestiones políticas, de cómo se gestiona una ciudad, un pueblo, un país. Lo único que importa es saber que otros llevan otros zapatos y que muchas veces caminar les resulta imposible. A esos también los necesitamos. Cada uno puede hacer lo suyo, aportar a este común intento de cambio desde infinidad de planos, tantos planos como personas. Necesitamos gente que cree conciencia en los demás, que nos ayude a cambiar los paradigmas de lo que es importante. Da igual si es en una conversación de un bar, en un escrito de blog o en una discusión por chat. Es urgente desperezar otras cualidades humanas, sabernos elementos de un todo que puede llegar a ser más armónico que lo que tenemos. Es urgente que cultivemos nuestro espíritu, que cada uno tengamos un mundo interior repleto de pertenencias que nos hagan olvidar las pertenencias materiales por las que cada día enseñamos uñas y dientes, gritamos para incrementar falsamente nuestro grado de razón y les vamos arrebatando fama gratuitamente a nuestros semejantes sin, a menudo, saber ni quiénes ni cómo son.


Había una leyenda por ahí. Un viejo le contaba a un niño que cada uno de nosotros tenemos dentro dos lobos que están en continua y cruel pelea a muerte. Uno es un lobo ambicioso, traicionero, malvado, perverso, malintencionado, insidioso, egoísta, rencoroso… de lo peor; el otro, comprensivo, amable, empático, servicial, generoso, reflexivo, virtuoso… de lo mejor. El niño pregunta entonces al viejo: «¿Y cuál de los dos lobos ganará?», a lo que el viejo responde: «El que alimentes, querido, el que alimentes». Pues eso.

Salir para volver a entrar

Ayer pude comprobar algo que estaba olvidando. Entré en este vertiginoso proyecto de cambiar el mundo para dar lo que sé y unir mi ilusión a otros que –seguramente muy diferentes a mí– han hecho lo mismo. Esfuerzo, ganas, ilusión y tiempo, mucho tiempo, eso es lo que estamos aportando todos. También algunas torpezas pero esas las vamos solventando lo mejor que podemos.

Me tocó llamar por teléfono a la gente que no escribió bien su dirección electrónica cuando se apuntó al viaje colectivo en autobús a Madrid el próximo 31 y, por tanto, no están recibiendo los últimos detalles de esa Marcha del Cambio cuyo objetivo es hacerles ver a nuestros políticos que estamos decididos a tomar las riendas de nuestras vidas de una buena vez.

Fue emocionante hablar con desconocidos y sentir afinidad y empatía. Presentarme, nombrarlos con sus nombres, practicar sin proponérmelo la cercanía.

Querían contarme su caso personal, los escuché cuanto pude. Hablaban de sí mismos, no por sentirse víctimas, sino como bombas de coherencia y sentido común que necesitaban mostrar de sopetón lo de dentro, y con una dignidad que me gustaría observar en muchas cabezas parlantes de los medios masivos. Fueron muy amables, cariñosos, simpáticos, sinceros. Algunos incluso se calificaron como “analfabetos”. Pero, sobre todo, fueron sin excepción tremendamente agradecidos por que estemos tirando del carro, por que estemos trabajando cada hora sin parar, por que los llamemos para darles detalles viva voz. Recibí piropos, bromas y más agradecimiento del que pude asumir. Algunos quieren viajar con nosotros al lado para seguir hablando.


No quiero dejar pasar de largo esta sensación porque me di cuenta de algo que no debemos olvidar, y a mí se me estaba olvidando: está muy bien que nos metamos de lleno en esto porque hay mucho trabajo general y minucioso, pero salgamos de vez en cuando a mirar para volver a entrar y no perder la guía de lo que nos trajo hasta aquí. Gente de Podemos, gente que está en la sombra, y sobre todo gente que habéis prestado generosamente vuestra imagen y vuestras personas para ser los visibles, que estáis al frente en los consejos ciudadanos, en las candidaturas, en los medios locales de difusión, que comandáis los grupos de trabajo: no olvidemos que cualquier cosa que hagamos la estamos haciendo por mucha gente que, sin saberlo y tal vez sin quererlo, ha puesto la ilusión en todos, en cada uno de nosotros, los que estamos moviendo un dedo aquí. Recordémoslo cuando nos sintamos diferentes en una conversación, cuando nos sintamos agredidos, cuando estemos defendiendo enconadamente posturas en las herramientas internas de chat; no perdamos nunca el rumbo, seamos pacientes, no dejemos que, por adentrarnos tanto en todo lo que estamos haciendo, se nos olvide toda esa gente que está en sus casas, en los bares después de un día de trabajo duro y esclavo, que quisiera participar pero no se reconocen útiles o no tienen más espíritu para dar más de sí mismos. Que no nos importe que haya quienes no participan de lleno. Demos nosotros todo lo mejor y no olvidemos nunca que, entre la gente que no conocemos, hay quienes piensan en nosotros cada día un poquito y que, con sus anhelos y sus preocupaciones anónimas, nos están mandando muchos más motivos por los que conseguir tremendo proyecto.

martes, 13 de mayo de 2014

Ay, Felipe de la OTAN

«¡Ay!, Felipe de la OTAN, cataflota, verigüel...», qué decepción más grande fuiste y serás por siempre. 

Todavía recuerdo la sensación que me produjo ver en la tele y en directo a un montón de viejos llorando de alegría en las calles, entre los tumultos de banderas, voces y micrófonos después de tu primera victoria en este país de -antiguamente- pandereta y -hoy- corrupción.

Qué absoluta decepción. ¿Si el país lo necesita? Efectivamente: el país necesita una gran coalición cósmica de los dos grandes partidos. Cuanto más estrechos los lazos, mejor. Cuantos más acuerdos, mejor. Así hacen los piratas para dominar la mar océana. Esa es la única solución para que España salga de esta pesadilla: una gran coalición de los dos grandes partidos. Y que luego se vayan así, coaligados, al fondo del océano olvido.



viernes, 14 de febrero de 2014

Repartir soluciones cuando no hay problemas (II)

Yo concibo el Estado como toda una organización cuyo objetivo genérico es facilitar la convivencia entre los miembros de una sociedad cuando la convivencia se vuelve hostil. Para conseguir ese complejo objetivo, entiendo que el Estado debe valerse de leyes (redactadas por expertos suficientemente acreditados), de personas e instituciones que interpreten y garanticen la justicia explícita en esas leyes y, por último, personas e instituciones que velen por el cumplimiento de las mismas.

Me da igual la jurisdicción territorial o material de una ley determinada, y tampoco importa su naturaleza. Da igual que sean decretos, leyes orgánicas, o normas sobre situaciones muy concretas. Todo el mecanismo del Estado debe estar programado para garantizar que esas leyes son justas y que se cumplen.

Así, el Estado debe meter la nariz en cuestiones económicas, laborales, sociales, medioambientales, culturales… para garantizar que todos y cada uno de los individuos que componen su sociedad estén protegidos y sean apoyados. Cuando existe un conflicto entre dos partes de una relación, el Estado debe velar por que ninguna de las partes se convierta en vasalla de la otra. Si un empresario alcanzara su máximo desarrollo valiéndose de leyes laborales que esclavizan a sus contratados, el Estado debe compensar la situación, sin importar que ese empresario no llegue tan lejos, siempre y cuando los trabajadores de su empresa tengan garantizados todos sus derechos fundamentales y laborales.

No entiendo la intervención del Estado en muchas otras cosas que escapan a todo lo expuesto hasta ahora. Algunos –muchos de ellos son esos emprendedores voraces que justifican su remontada con el fin conseguido sin tener en cuenta el medio defienden que el Estado no intervenga en cuestiones laborales y otras parecidas. Para los republicanos estadounidenses, el Estado es, simplemente, un estorbo; lo ideal para ellos es la cotidianización de la “ley del más fuerte”. Obviamente la aclaman desde el lado del más fuerte.
Pues bien, todo eso viene a que de nuevo no entiendo y al parecer no lo entenderé nunca por qué los cuerpos de seguridad se empeñan en repartir soluciones cuando no hay problemas. Vuelvo a mi idea inicial: la intervención de cualquier mecanismo del Estado es necesaria solo cuando hay un conflicto en la convivencia. Si no lo hay, el Estado más bien –y ahora sí– estorba.

Este es el caso concreto: hoy iba caminando por una acera en cuesta en Granada. Me disponía a cruzar un paso de peatones, al que se acercaba un coche que ha ido aminorando la velocidad con la intención de cumplir la norma y dejarme pasar. Yo, que no iba muy lanzada –en realidad necesitaba recuperar un poco el resuello y sé lo que significa parar en una cuesta, volver a meter primera, el acelerón con su consumo de combustible… le he hecho un gesto con la mano para que siguiera sin parar. No había más peatones, no venía ningún otro coche detrás… Y el coche ha pasado y Santas Pascuas. O sea, uno de esos casos en que la aplicación de la norma no es necesaria ni tampoco la intervención del Estado puesto que la convivencia no es hostil sino todo lo contrario. Además de que en esas situaciones demostramos que somos personas capaces de entendernos sin que venga nadie a leernos la cartilla.

Pero, claro, los mecanismos del Estado son ya el mecanismo de control véngale o no le venga, y suelen estar, no ya solo en la sopa, sino en el agua que vas a utilizar para hacer el caldo. Un coche de la Policía Local ha visto la operación y se ha parado haciéndole gestos a la mujer que me había dejado pasar por mi indicación. Le hacían gestos para que detuviera su coche y se apartara de la vía. Al darme cuenta, me he vuelto y he empezado a andar hacia ellos, con la intención de impedir como fuera una multa que yo habría provocado y que habría sido totalmente injusta. Una vez más, una de esas aplicaciones de soluciones donde no hay problemas, creándolos. Y un nuevo golpe de conciencia, de pregunta y de resquemor: ¿para qué están en realidad estos tipos?, ¿cuáles son sus obligaciones y sus objetivos?, ¿siguiendo qué consigna se calzan todos los días la gorra y la porra?


Milagrosamente se han ido sin más, han dejado de gesticular, una miradita chulesca a mi persona y fin del cuento. Menos mal, porque estaba dispuesta a almorzármelos.



14 de febrero de 2014 

martes, 4 de febrero de 2014

Repartir soluciones cuando no hay problemas

«A ver si por una simple multa de tráfico va a acabar esto a puñetazos y con algún detenido», fue parte de lo que nos dijo anoche un municipal en la C/ Carmen de Burgos. Extendían recetas a tres coches estacionados en la acera. Nosotras salíamos de una de esas casas y nos encontramos con el percal: los afectados discutían con un agente. Mi amiga –vecina de esa calle– se acercó a preguntarles por qué no acuden a las llamadas que hacen los sábados cuando, por motivo del mercadillo del Zaidín, esa misma acera se llena de coches impidiendo el acceso a viviendas y cocheras, e incluso impidiéndoselo a los servicios de emergencia en caso necesario.

La «simple multa de tráfico» ascendía a 200 €. Uno de los coches condecorados pertenecía a una pareja jovencísima que estaba recogiendo a su hijo pequeño. Dijeron estar en paro. Si es verdad, lo de «simple multa» sobraba: en la mayoría de las economías familiares, por desgracia, 200 € son un pastizal. Estaban infringiendo el código pero, en realidad, no estorbaban. Por eso mi amiga se acercó a saber por qué no acuden cuando sí estorban y son muchos más. Dijeron que alguien había denunciado y que hacen su trabajo; nosotros, que tenían la posibilidad de decidir. (Una vez tardaron 6 meses, desde mi primer aviso, en retirar de mi calle dos coches abandonados que ocupaban tres de los 10 escasos estacionamientos).

He amanecido con sensación de que fuimos amenazados. Siento que nos engañan, que toman decisiones pero demasiadas veces para castigarnos. Que en realidad nadie denunció sino que patrullan por una «simple» recaudación extra. Había motivo de sanción pero ninguna necesidad. Al retirar esos tres coches, la calle quedó como antes de retirarlos: tranquila, nadie estorbaba a nadie. La intervención policial no solucionó nada, pues ningún problema había. Así que algunos hacen su trabajo repartiendo soluciones donde no hay problemas y, con ello, los crean.




11 de enero de 2014 

El contrafuego

¿Y si hiciéramos lo mismo que hace nuestro Gobierno: difundir hasta la hartura, sea verdad o mentira, lo que ellos quieren que pensemos?

Últimamente hablan hasta la saciedad de la incipiente recuperación económica, la misma que ni se nota ni, por ahora, se espera. Pero ellos lo sueltan en cada discursito, en cada congresito, en cada mocho de micrófonos. Es mentira, pero es verdad aquello de “una mentira repetida mil veces…”. Así que, para empezar, la estrategia no es mala. En principio puede sembrar dudas a favor en las cabezas de los que les votaron y ahora dudan en su contra, y esos serán unos miles de votos, supongo. Después puede que esa mentira clonada se instale como cierta en las cabezas de los más perezosos, y les venga estupendamente que por fin haya buenas noticias, pues ya llevaban mucho tiempo fuera de los laureles y quieren volver a dormirse.

No estaría mal hacer lo mismo. Podríamos empezar por repetir que el miedo ha cambiado de bando. Repetirlo una y otra vez. En fotofrases, en artículos, en viñetas, en discursos alternativos y debates de radio o televisión. Mientras almorzamos con nuestra familia o les explicamos la fotosíntesis a nuestros hijos. Con conocidos en el bus, bien fuerte, para que nos oigan los de alrededor.

Porque se trata de conciencia. Se trata de meternos en vena la idea de que ellos son nuestros empleados y que trabajan para nosotros, y que tenemos que pedirles cuentas y no permitirles las fechorías que hasta ahora van imponiendo a golpe de decreto, sentencias y amnistías. Hablo de perder el miedo y publicarlo a los cuatro vientos hasta aburrir a las mismísimas piedras, si hace falta. De estar en la calle, de firmar, de protestar, de ser la oveja negra de cualquier reunión y expandir nuestra conciencia, hablarle a nuestros conocidos de lo que sabemos, difundir los vídeos delatores y las noticias analíticas. Que nuestros hijos vean que peleamos y vigilamos a nuestros trabajadores (los políticos) y los castigamos cuando no hacen las cosas para las que fueron contratados con nuestro voto. Así, ya que nosotros la hemos perdido, sembraremos en ellos la conciencia de clase, el apoyo mutuo tan necesario para que no nos roben la vida.

La cosa pública debe funcionar porque es la única manera de que una sociedad proteja a todos sus individuos, incluidos los que no son emprendedores, los que son torpones y no le atinan a labrarse un porvenir, los que han nacido con deficiencias o los que quieren usar su derecho de hacer con su cuerpo lo que les dé la gana. Pero España se está convirtiendo en una empresa privada que hace balance económico cada dos por tres, y en ese balance no están los desvalidos ni los que han tenido mala suerte ni los que no han sabido jugar sus cartas. La sociedad debe protegernos a todos. Exigirnos, también, pero protegernos.

Repetir que ya no tenemos miedo es empezar a perderlo. No tenemos miedo a protestar, por muy feas que se hayan puesto las leyes. Ni a ocupar nuestro tiempo en charlas o debates alternativos. Ni miedo a denunciar fechorías que se han institucionalizado. Hay una palabreja por ahí, en nuestro gallardo idioma, que puede darnos una metafórica esperanza:

contrafuego.
1. m. P. Rico. Fuego que se da en un cañaveral u otra plantación para que cuando llegue allí el incendio no se propague, por falta de combustible.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados


Ahora mismo somos pastizal que están quemando porque nos consume la teoría del "no podemos cambiar nada". Procuramos resistir, llegar a fin de mes, que no nos toque la china de un despido, de falta de trabajo, que nuestra familia pueda seguir apoyándonos económicamente, y entonces cada fin de mes ardemos, volvemos a arder, convirtiendo en legítimas sus fechorías. Pero cuando pase lo anterior, cuando hayamos difundido por todos sitios que hemos perdido el miedo y en la mayoría de las conciencias sea verdad, el fuego de estos indignos llegará a algo que ya está ardiendo, un fuego controlado que no les permitirá avanzar porque se habrán quedado sin el combustible que les permite arder a ellos, se habrán quedado sin las personas asustadas de las que se nutren.



4 de febrero de 2014

jueves, 9 de enero de 2014

El primer paso



Imagen: treesftf


Solo hay que dar el primer paso.

El primer paso es conseguir que este gobierno deponga sus armas, deponga sus políticas y, en definitiva y mucho mejor, se deponga a sí mismo.

Y auditar la deuda, ese es el primer paso. Coger en serio a algunos expertos (pero de los que expertean de verdad y trabajan) y hallar las fisuras y las partes y las razones de su ilegitimidad, y entonces pagar solo lo que sea deuda nuestra de verdad, pero no pagar la que no lo sea, que es el primer paso.

De ese modo habría dinero para políticas sociales y para garantizar a todos los ciudadanos un mínimo de vida digna, el primer paso que debemos dar. También habría para frenar el paro y crear puestos de trabajo, que es lo primero.

Por supuesto se podría conseguir más obligando a los corruptos a que devuelvan lo robado, pero que lo devuelvan con creces o intereses, y por ahí debemos empezar. Y el primer paso es conseguir la verdadera independencia del poder judicial para que sea imposible el favoritismo y para que la justicia sea justa de una vez por todas, que es el ineludible punto de partida.

Y el primer paso es educar a nuestros hijos en la conciencia de lo público, en que la sociedad debe proteger a sus individuos; enseñarles a las generaciones futuras que el hecho de nacer es una garantía de vida digna y que muchas veces la comunidad debe estar por encima del individuo, y que tendrán que sacrificarse pero solo a veces, y que otras veces serán otros los que cedan.

Debemos empezar dando el primer paso, que es operar un cambio en nuestro interior.


9 de enero de 2014


domingo, 22 de diciembre de 2013

Aquó, dwsciframdo WhatsApp de ña gemte

Desde que nos comunicamos por medios digitales, las erratas de todo tipo han proliferado. A las faltas de ortografía, expresión y puntuación que cometíamos cuando escribíamos a mano, hemos sumado los errores de edición, o sea, las erratas. En realidad el uso de los ordenadores nos ha dado la posibilidad de editar que antes solo teníamos cuando pasábamos a limpio un trabajo, artículo, receta o similar en una máquina de escribir.

En nuestros manuscritos a mano (porque también llaman «manuscritos» a los originales en ordenador antes de haber pasado siquiera un corrector ortográfico) era muy raro ver bailes de letras o confusión de unas por otras. Faltas de ortografía sí, pero erratas era menos frecuente o casi no había. Nadie escribe «ñas» a mano cuando quiere decir «las» y, sin embargo, es uno de los «lapsus clavis» más frecuentes actualmente.

Si con los errores gramaticales no era suficiente, el uso añadido de la edición vino a completar la difícil tarea de la expresión escrita. Y a los ordenadores se le ha sumado en los últimos tiempos el uso cotidiano de los chats en nuestros teléfonos móviles. Esta última herramienta añade agravantes a nuestros flirteos con la expresión y la comunicación: la inmediatez, la espontaneidad, lo efímero. Así que si antes en los mensajes de correo electrónico el cuidado y la revisión eran escasos o nulos, en los teléfonos móviles es casi imposible. Y, para ponerle una guinda al pastel, la función predictiva de los teclados, en muchas ocasiones, cometen el error que tal vez tú no hubieras cometido nunca.

Por eso últimamente nos pasamos la vida descifrando WhatsApp de nuestros conocidos. Porque están tan encriptados que a menudo es necesario mandar una línea más de texto para corregir lo inmediatamente escrito y que casi ni nosotros entendemos. De ese modo hemos aprendido a comprender palabras a las que se les ha colado un carácter por otro, la tecla de al lado de la que queríamos pulsar. Por supuesto ha desaparecido la puntuación, y si vemos escrito «No he sido yo», en nuestra cabeza y sin querer colocamos la coma que falta. Paradójicamente pudiera parecer que esa sencilla frase es confusa. Pero la naturaleza del chat hace que no lo sea. Si quisiéramos negar nuestra intervención en algo, diríamos «Yo no he sido»; al aparecer en primer lugar el «No», sabemos que inmediatamente detrás debe ir una pausa. Y entonces comprendemos.

De modo que de nuevo nuestra expresión depende del medio que estemos utilizando, los errores que en un mensaje nos confundirían, en un chat no tienen efecto. Hasta ahí llega nuestra capacidad de síntesis de la idea y de interpretación del mensaje.

Esto en términos generales. Porque en realidad y con frecuencia yo no entiendo a mis amigos hasta que no leo dos veces sus frases. Los bailes y las suplantaciones de letras ya casi los tengo controlados, lo que peor llevo es la ausencia de puntuación.

Por eso nos pasamos la vida descifrando WhatsApp. No es difícil: basta con haber interiorizado en nuestro tuétano la disposición «qwert» del teclado para entender frases aparentemente cifradas como estas de ayer mismo.

- Pero so lo ha visto oí Luis en la valle
- Si tiene mas fotos miad qie me las mande
- Yo creo q es n madrdi
- qcyo tambieb me voy con vosotraa
- p no hacer mas msletas
- llfvaz al lado un tonton no?
- bue.os días…. q pereza maletas…. q lejo lo veo aun
- hay ina neurpna q lleva solo los mapas
- q si q van los tres y lis 40 uros



22 de diciembre de 2013



viernes, 20 de diciembre de 2013

Feliz realidad 2013

Yo ya no tengo la esperanza. Porque quisiera un imposible que es un nido de imposibles, a saber: que todos y cada uno operemos un cambio radical dentro de nosotros mismos, y esto supone:

  1. Abandonar nuestra sumisión, cuyo primer paso es:
  2. Abandonar la justificación de nuestra sumisión, poniéndole fe a:
  3. Recuperar la lucha de clase, que debe estar dirigida a:
  4. Luchar para conseguir algo distinto, partiendo de la premisa de:
  5. Abandonar la fe ciega en el progreso sin más, las empresas a toda costa y el enriquecimiento sin límite, que debe incluir:
  6. Vigilar la ética, procurar el bien común antes que el individual, que debe comenzar por:
  7. Rechazar el robo por sistema de lo que es de todos, desde un paquete de folios hasta una partida presupuestaria, pasando por los tratos de favor, todo lo cual nos lleva a:
  8. Descartar la lucha ciega por nuestro amado y conocido capitalismo, que parte de:
  9. Abandonar nuestra actitud primordialmente consumista, lo que supone:
  10. Eliminar las necesidades superfluas con que nos hemos dejado invadir, que contiene:
  11. Planificar de modo diferente nuestras tareas cotidianas, profesionales y de ocio, lo que implica:
  12. Aprender a descubrir otras cosas que estén preeminentemente relacionadas con nuestro espíritu y nuestro intelecto, que nos lleva a:
  13. Incluir en nuestra vida cotidiana el arte, la música, las letras, la filosofía, el conocimiento de la naturaleza, que debe partir de:
  14. Eliminar los factores prisa y abundancia de nuestros objetivos, lo que supone:
  15. Aumentar en nuestros corazones el valor de las cosas pequeñas, que implica:
  16. Aprender a disfrutar de un cerro pelado igual que de una exitosa y comercial puesta de sol, para lo que es necesario:
  17. Cambiar completamente nuestra perspectiva, que está dentro de:
  18. Operar un cambio radical en nosotros mismos.


Imposible, incluso para mí que lo reclamo. Y hay cientos de nidos de imposibles, otras listas similares, todas las que queramos, hay que cambiar tanto…


Feliz realidad.

20 de diciembre de 2013



martes, 17 de diciembre de 2013

Contra todo pronóstico

Mis padres se equivocaron contra todo pronóstico. Sobre todo él, que lo repetía en cada conflicto doméstico, en cada regañera, en cada lección: “Nunca hay que salirse de la justicia”.

Por suerte (una suerte entre comillas), mi padre no ha tenido que asumir esta gran decepción, que -seguro- nunca se le hubiera pasado por la cabeza, pues todo parecía ir hacia adelante, por un camino tortuoso pero cada vez más correcto, como si la sociedad de este país estuviera aprendiendo a conducir y fuera corrigiendo su trayectoria en cada paso dado.

Cuando uno ha crecido entre términos jurídicos, cuando el paquete de lentejas no caducaba sino que expiraba, cuando la cantinela de la máquina de escribir era el sonido de fondo de escritorio que habíamos aprendido a obviar para enterarnos bien de nuestros programas infantiles en la tele, cuando el papel de calco era un juguete más en nuestra casa y mi padre hacía cosas tan raras como usar agujas e hilo para coser montones de folios de cientos de expedientes, uno crece dando por supuesto que el aparato jurídico es una inmensa máquina con millones de engranajes que funcionan a la perfección y que no pueden fallar porque es imposible, porque la inercia, la experiencia y, sobre todo, el rotundo sonido de la máquina de escribir y su tinta imborrable eran algo firme, un sistema perfectamente probado y corregido día a día, encauzado para que la sociedad funcionara cada vez mejor y de manera más justa. Era eso precisamente: todo giraba en torno a no salirse de la justicia y en castigar y reconducir a los que sí lo hicieran.

Seguramente en los tiempos en que mi padre prosperaba a fuerza de cumplir horario estrictamente había todavía mucho por hacer. Y seguramente él creía que se estaba haciendo, incluso es posible que fuera cierto. Que todas aquellas tareas y las enseñanzas subliminales que traían consigo estuvieran encaminadas a que el mundo fuera poco a poco cada vez un poquito más justo para todos.

Con la llegada de estos años crudos en que parece que nos han tirado a la acera a que entrenemos garras y dientes para pelear no se sabe muy bien contra quién, uno ve que esta sociedad es un sistema de corrupción establecida y asentada, aceptada por todos los ciudadanos y mejorada por todos los políticos. Detalles aparentemente tan pequeños como que la administración no pague intereses de demora a la vez que los cobra a sus deudores o que los cargos puedan votar su propio sueldo, y otros mayores que ya no son detalles como que los políticos puedan solicitar y -lo que es peor- seguramente disfrutar un indulto por sus fechorías, o que empresarios feroces puedan acogerse a una amnistía fiscal después de haber estafado millones, son renglones de injusticia escritos en las leyes, esas de las que mi padre decía que no había que salirse nunca.

A la vista de la situación, él, efectivamente, se equivocó. Contra todo pronóstico, sí, porque no es normal que las leyes no sean justas, ni que el poder judicial esté “legalmente” en manos del ejecutivo, ni que se pueda suspender a un magistrado por investigar a un político ladrón. Pero se equivocó. Ahora, para que la vida recobre el sentido, hay que desobedecer las leyes porque están hechas a la carta para unos pocos, y esa actitud que destrozará a cada uno que la lleve a cabo es urgente y debe ser mayoritaria.

Pero, con la enseñanza en la vena, que alguien me explique los caminos para desoír a mi padre, que alguien me convenza de que andar contra su máxima es el único callejón por donde nos dejan ir, y que me ayude a hacerme la sorda frente al recuerdo de su rotunda máquina de escribir.

16 de diciembre de 2013



sábado, 14 de diciembre de 2013

viernes, 13 de diciembre de 2013

Se me viene encima un aeropuerto

Se me viene encima un aeropuerto. Septiembre, que nunca me gustó, como estudiante auténtica que fui. En estos casos algunos amigos míos --muy queridos-- dicen “¡Ayjuna!” para resumir lo que se suele decir en estos casos: “¡Ay, hijo de una!”. ¡Pero me sobrevuela un aeropuerto! En nuestro hemisferio septiembre no está mal: amarillo con cara de marrón; y el otoño, tal vez un libro en la terraza… (pero no tenemos pa’ sentarnos, ¡ayjuna!). No hay ya ni canciones ni público. Y sé que me encontraré el país peor que estaba. Ya no tengo pero tendré que encontrar tripas para hacer más corazón. Y, en esto, un aeropuerto me sobrevuela, sin quitarme ojo, águila como un alfiler y cazador como un águila. Me están buscando. Y yo estoy como en el mar los barquitos de vela de otro auténtico granadino, que ni la Virgen del Carmen sabe cuándo volverán. Volverme para poder volverme a volver. Pero ¿y septiembre?, ¿quién se merienda este septiembre en España?... ¡AYJUNA!

30 de agosto de 2013



De la malafollá granaína

Que el otro día hablábamos de la malafollá granaína, y hoy acabo de toparme con un claro ejemplo: la oficina de la Seguridad Social de la calle Rey Abu Said de Granada. El nombre de la calle es la caña de bonito pero Diosssssssssssssss... Creo que son todos los que hay ahí. He escuchado a tres: un hombre que atendía altanero a una mujer entrada en años, como si esta fuera boba; la guarda de seguridad que, sin mirar mucho la lista de citas previas, me ha dicho que no estaba mi nombre y se ha venido abajo cuando le he sugerido enseñarle el aviso que me ha llegado al móvil... y la taita, la capo sin par de la malafollá granaína, la mujer que me ha atendido. Cómo explicarlo... De haber descontenido mi rabia contenida, le habría volcado su mesa, con pantalla, teclado, ratón, bolígrafos, papeles y arrogancia en todas sus faldas. Grrrrrr... ¡asujetaLme!

Maldición gitana derivada del caso: "Gestiones tengas con la Seguridad Social y te caigan toas en la calle del moro Rey Abu Said".




13 de febrero de 2013

Día Internacional de Esto

Día Internacional de Esto, Día Internacional de Lootro. No digo yo que no. Pero ¿no hay en todos estos días internacionales una pizca --aunque sea una pizca-- de "ya no sabemos qué hacer", "no tiene mucha solución", y algunas otras cosas parecidas más hasta llegar a perder el significado?

Lo suyo sería que todos los días llegaran a ser Día Normal de Esto o Día Normal de Lootro, y que finalmente no tuviéramos que denominarlos días de nada, por normales.


25 de noviembre de 2013



Una pregunta para dos frases

González Pons dice dos cosas:
  1. Que su partido y sus dirigentes son "tan honrados como todos". ¿Como todos todos o como todos los partidos y sus dirigentes?
  2. Dice también que la diferencia está en que ellos son los que pueden sacar a España de la crisis. Se repite la pregunta: ¿a todos todos o...?

Noticia en eldiario.es


24 de noviembre de 2013



'Venao', corzuela, perdiz...

Diossssss. Por cositas como esta quiero volverme venao, corzuela, perdiz, perro de las praderas, topo, medusa, gorrión, cachalote, oveja, cuervo... Yo qué sé... alfalfa, cebada, almendra, amapola o cardo borriquero. Lo que sea, pero dejar de pertenecer a esta especie que a veces es tan estúpida.
...
No es por hacer propaganda del pozo en el que la especie humana está sumida pero tengo una pregunta casi retórica: ¿un libro puede "ir por la tercera edición en menos de dos días"? No, ¿no? Para que haya una nueva edición debe haber un cambio en el contenido de la misma, algo nuevo en un texto que ya se editó, no sé, una oleada de notas al pie, o una ampliación de un capítulo, o un cambio de editorial al menos. Si no, será meramente una reimpresión, ¿no? Porque en dos días no da tiempo de hacer ningún cambio sustancial en nada como para llamarlo "nueva edición", ¿no?, ¿o sí? A lo mejor esta gentuza sí es capaz de hacerlo.

Bueno, que una buena parte de este país es imbécil eso sí que no necesita reimpresiones ni reediciones.


Y colas en El Corte Inglés (noticia elcomercio.es)...

24 de noviembre de 2013



jueves, 12 de diciembre de 2013

La música

Está claro que la música es buena. No, es fundamental. Mejor diría... imprescindible. En ejemplos como este es mucho más evidente porque es inesperado y las reacciones son auténticas (dentro de lo auténtico que uno puede ser en un lugar público lleno de gente, donde casi todos, sin querer, interpretamos algún papel) y por ello pasan a un primer plano formando parte también del espectáculo.

Pero incluso en aquellos otros casos en que somos conscientes de que los siguientes minutos serán predominantemente musicales porque hemos ido a un concierto que está a punto de empezar, porque hemos echado la guitarra al maletero y vamos a juntarnos con los amigos, porque acabamos de encender el tocadiscos a solas en casa, porque alguien nos dice "Escucha esto",... Incluso en esas circunstancias en que el factor sorpresa no juega, casi siempre la música nos mete dentro del cuerpo un montón de mundos que a veces son olores y otras veces conceptos y en ocasiones perspectivas diferentes de lo que ya conocíamos, y nos engulle una especie de sinestesia por la que ponemos color a los sonidos, y sonido a las palabras, y le damos forma a las sensaciones. “Qué agudo es esto, parece una aguja”. “Qué voz corpulenta”. “En ese pasaje hace viento”…

Y adentro entonces, en contacto con la química que por dentro somos, se monta un festival de cosas nuevas --que lo son aunque ya fueran viejas--, que viaja montado en nuestra sangre hasta lo más escondido de nosotros mismos, va recogiendo lo mejor que somos, lo mejor que tenemos, y surge entonces la reacción nueva, y sonreímos, o llenamos nuestra frente con exclamaciones, o lloramos, o bailamos, o aplaudimos... Conquistamos un recuerdo o sembramos un proyecto.

Se podría decir que la música nos cultiva, nos abona, nos fortalece. Se podría decir que nos saca la mejor cosecha.

No sé por qué somos tan necios de no tenerla como un pilar principal de nuestras sociedades y nuestras vidas cotidianas, laborales, familiares, educativas. Aunque sea porque en sus entrañas también lleva un código, un lenguaje matemático y científico que nos ejercita la mente mientras nos va interesando el corazón de parte a parte. 




21 de noviembre de 2013

Halloween

A mí me gustaría no leer tanta queja con respecto a Halloween y cómo se ha instaurado en el mundo conocido. Me gustaría leer también que las tradiciones cruzan las fronteras que no deberían existir, pues cada persona de este mundo es ciudadano de todo este mundo. Ya vimos ayer que en algunos pueblos de por aquí las calabazas estadounidenses con el vientre encendido se parecen muchísimo a unos melones que, debido a que no habían alcanzado el tamaño adecuado para su venta, se usaban como faroles para ahuyentar los malos espíritus. También parece ser que la tradición es celta y que viajó largas distancias.

Por otro lado, me gustaría ver que, sin que cada pueblo deje que sus tradiciones sean usurpadas, todas las expresiones culturales viajen de lado a lado y de casa en casa y se queden donde naturalmente arraiguen, como hace la tierra con las semillas, y que eso no sirviera para aumentar diferencias sino que lo utilizáramos más para conocernos mejor entre todos los pueblos.

En definitiva, me gustaría llegar a comprobar que los intercambios culturales rigen como deben regir: para aunar expresiones, para crear otras nuevas de la mezcla que surja. Al fin y al cabo, interpretar sentimientos mediante los folclores y las tradiciones es innato al hombre, y su variedad --más que un motivo de ruptura-- es una oportunidad riquísima de unión. El mar no solo separa: también se puede usar como camino. El camino no solo muestra una distancia entre dos puntos: también es un sugerente recorrido.


1 de noviembre de 2013

Pregunta y comentario

Una pregunta y un comentario a lo dicho anoche por este queso, don Arias Cañete, metelamanoporelagujerete:

--"Aquí [en España] se vive más alegre". ¿Sabe usted distinguir entre sentir verdadera alegría en el corazón y manifestar típica jarana cultural?
--"Vendrán [los jóvenes emigrantes] más preparados porque sabrán idiomas". Entonces deberían ser ustedes los primeros emigrantes, los que vayan con la bandera y la trompetilla abriéndoles camino, si fuere necesario, a los jóvenes que van detrás. Deberían ustedes meter en un canuto sus títulos universitarios (el que los tenga) y armar maleta, buscar un apartamento de precio abusivo y empezar a limpiarles el váter a los restaurantes, cuidar a niños (es lo mejor para un aprendizaje inmediato del idioma del país) y acostarse cada noche, lejos de casa, con "lo comido por lo servido" percutiendo sus frentes hasta el dolor de cabeza más enloquecedor. Cuando vuelvan, les daremos la enhorabuena por haber aprendido idiomas, pero no les podremos dar una pastillica porque en España, los de a pie, ya no nos podemos permitir el lujo ni siquiera de asomarnos a las farmacias.


28 de octubre de 2013



¿Qué se han creído?

Gente haciendo huelga de hambre en varias capitales de España; gente que se ha suicidado ante su inminente desahucio; cientos de iniciativas firmadas en varias páginas de Internet pidiendo parar actuaciones concretas del gobierno; la comunidad intelectual y cultural criticando desde cada disciplina cientos de medidas tomadas; cientos de huelgas y manifestaciones de todos los sectores y apoyadas por (casi) todo tipo de gente pidiendo otras alternativas en los aspectos socialmente claves; millones de críticas en las redes sociales; cientos de debates televisivos que ponen en tela de juicio la gestión. Maestros, psicólogos, sociólogos, actores, músicos, economistas, investigadores, abuelos, jóvenes, padres, médicos, enfermeros, mineros, parados. No los partidos políticos de la oposición, sino gente de todas las clases, preparados o incultos, con simples quejas o con alternativas sobre la mesa. ¿Qué es lo que ellos oyen?, ¿qué leen cuando leen todo eso?, ¿qué piensan?, ¿qué van a hacer?, ¿qué mierda se han creído?

27 de octubre de 2013



Hay que cantar

Hay que cantar, señoras y señores, hay que cantar.

No para distraerse, no para olvidar: hay que cantar para que no nos confundan el corazón. Cantar para hacer piña, para reafirmar que somos mejores que ellos, los tiranos que se desayunan nuestra vida diaria. Para ahogarles los sueños. Hay que cantar porque necesitamos el alma fuerte. Recuperar aquellas "canciones con güeso" (gracias, Chafa, por tu forma nítida de nombrar las cosas), echarlas al aire y respirarlas otra vez. Cantar para combatir tanta tortura y amplificar la verdad. Armarnos el corazón, cambiar la perspectiva, unirnos la voz, escucharnos juntos en los estribillos. Cantar. Cantar. Hacer piña y cantar.





13 de octubre de 2013



Mi muro

Que tenga que estar mi muro cubierto de enredaderas políticas, en vez de canciones, versos, cuadros, viñetas, leyendas... Cómo me han cambiado, maldita sea su estampa y to' el aparejo de su apero.

13 de agosto de 2013



Fin de la cita

Esto de "fin de la cita" mola: vale tanto para largar a un novio latazo sin necesidad de más explicaciones como para no dar explicaciones a un país que es un novio latazo.

1 de agosto de 2013



Esa copa rara de fútbol

Si España ganara esta tarde esa copa rara de fútbol, y si la Roja fuera de verdad lo que pareció ser en 2010... A mí --para mi propia sorpresa-- me hizo recuperar la bandera española, me quitó de una vez por todas esa sensación facha que había tenido desde chica cada vez que la veía como chapita de adorno en las cadenas metálicas de algunos relojes o como pin de tela en alguna camiseta o como bandera simplemente... Decía que si España ganara esta tarde, sería un puntazo que los jugadores fueran como la gente y rechazaran la copa. Que dijeran algo así como "Ya la hemos ganado pero no la queremos. No la queremos mientras estéis desmantelando el país para el que la hemos ganado. No la queremos mientras no rectifiquéis. No os la llevaremos, si no modificáis vuestra actitud, devolvéis lo que le habéis sisado a la gente y os mandáis mudar lejos de la vida pública". Y, si no la ganan, igual podrían hacerlo con la medalla de plata.

30 de junio de 2013



El bando

No leo ni una buena noticia sobre España, ¿me habré equivocado de bando?, ¿tengo que revisar mis amistades?

Quiero decir que la equivocada soy yo, no el bando en el que estoy, que es el acertado. Y, si estuviera en el otro, estaría acertada en el bando equivocado, leería buenas noticias. No, mejor dicho: las mismas noticias me parecerían buenas. Me parecerían bien el derrumbe del gasto público y el camino llano a los patrones; la protección a los dueños del dinero porque, al fin y al cabo, ¿quiénes si no ellos pueden mantener el barco a flote?; la bajada de pensiones, los aumentos de las tasas judiciales y universitarias, las fronteras cada vez más estrictas y la diferencia de clase social cada vez más nítida. Me parecería mal el escrache a los mamones, porque ante todo hay que tener compostura y seriedad y educación, aunque sea entre comillas, y me parecería fatal que se reconociera con premios a gente que se mete en las sucursales de los bancos a tocarle un pelín las pelotas a otros que están lejos y no hacen mucho de lo que debieran porque está en peligro la empresa y, con ella, eso de la economía.

Hum… todo esto sería imposible para mí, que frecuento las mayorías, a los perdedores entre comillas, a los que no tienen espíritu empresario, aquellos para los que prosperar es conseguir inventar un buen verso o dar un buen paseo o echar unas risas hasta las lágrimas con los dedos helados por otro vaso de cerveza; los un poco juerguistas pero ante todo currantes, casi incombustibles, perfeccionistas en lo pequeño, cautos --incluso indiferentes-- con lo grande, expectantes de la carcajada; los que dominan los adjetivos, los que me dan lecciones sin anuncios ni preámbulos ni cátedras, los que consumen vida normal y, por eso, están cada vez más indignados y abatidos; los que a este mundo material le parecen mediocres pero que en realidad son brillantes, brillantes anónimos que han rechazado las corazas convencionales y andan a pecho abierto, y te dicen las cosas a la cara ¡pero tan bien dichas!... Gente con ingenio, con humor, con arte.

A juzgar por las noticias, mis amigos y yo estamos equivocados en el bando acertado. Me gustaría que nos "arremangáramos", dar de una vez con la fórmula y no volver a perecer en el intento. Porque, si estamos en el bando acertado, no podemos estar equivocados. Al mundo hay que levantarle las faldas mientras revisamos nuestra actitud cotidiana. ¿Somos honestos?, ¿somos honrados en nuestro entorno?

Hay que remangarse y llevar de una vez al pescante de este carro lo que por coherencia nos rige el corazón y la cabeza.


26 de junio de 2013