martes, 4 de febrero de 2014

El contrafuego

¿Y si hiciéramos lo mismo que hace nuestro Gobierno: difundir hasta la hartura, sea verdad o mentira, lo que ellos quieren que pensemos?

Últimamente hablan hasta la saciedad de la incipiente recuperación económica, la misma que ni se nota ni, por ahora, se espera. Pero ellos lo sueltan en cada discursito, en cada congresito, en cada mocho de micrófonos. Es mentira, pero es verdad aquello de “una mentira repetida mil veces…”. Así que, para empezar, la estrategia no es mala. En principio puede sembrar dudas a favor en las cabezas de los que les votaron y ahora dudan en su contra, y esos serán unos miles de votos, supongo. Después puede que esa mentira clonada se instale como cierta en las cabezas de los más perezosos, y les venga estupendamente que por fin haya buenas noticias, pues ya llevaban mucho tiempo fuera de los laureles y quieren volver a dormirse.

No estaría mal hacer lo mismo. Podríamos empezar por repetir que el miedo ha cambiado de bando. Repetirlo una y otra vez. En fotofrases, en artículos, en viñetas, en discursos alternativos y debates de radio o televisión. Mientras almorzamos con nuestra familia o les explicamos la fotosíntesis a nuestros hijos. Con conocidos en el bus, bien fuerte, para que nos oigan los de alrededor.

Porque se trata de conciencia. Se trata de meternos en vena la idea de que ellos son nuestros empleados y que trabajan para nosotros, y que tenemos que pedirles cuentas y no permitirles las fechorías que hasta ahora van imponiendo a golpe de decreto, sentencias y amnistías. Hablo de perder el miedo y publicarlo a los cuatro vientos hasta aburrir a las mismísimas piedras, si hace falta. De estar en la calle, de firmar, de protestar, de ser la oveja negra de cualquier reunión y expandir nuestra conciencia, hablarle a nuestros conocidos de lo que sabemos, difundir los vídeos delatores y las noticias analíticas. Que nuestros hijos vean que peleamos y vigilamos a nuestros trabajadores (los políticos) y los castigamos cuando no hacen las cosas para las que fueron contratados con nuestro voto. Así, ya que nosotros la hemos perdido, sembraremos en ellos la conciencia de clase, el apoyo mutuo tan necesario para que no nos roben la vida.

La cosa pública debe funcionar porque es la única manera de que una sociedad proteja a todos sus individuos, incluidos los que no son emprendedores, los que son torpones y no le atinan a labrarse un porvenir, los que han nacido con deficiencias o los que quieren usar su derecho de hacer con su cuerpo lo que les dé la gana. Pero España se está convirtiendo en una empresa privada que hace balance económico cada dos por tres, y en ese balance no están los desvalidos ni los que han tenido mala suerte ni los que no han sabido jugar sus cartas. La sociedad debe protegernos a todos. Exigirnos, también, pero protegernos.

Repetir que ya no tenemos miedo es empezar a perderlo. No tenemos miedo a protestar, por muy feas que se hayan puesto las leyes. Ni a ocupar nuestro tiempo en charlas o debates alternativos. Ni miedo a denunciar fechorías que se han institucionalizado. Hay una palabreja por ahí, en nuestro gallardo idioma, que puede darnos una metafórica esperanza:

contrafuego.
1. m. P. Rico. Fuego que se da en un cañaveral u otra plantación para que cuando llegue allí el incendio no se propague, por falta de combustible.

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Ahora mismo somos pastizal que están quemando porque nos consume la teoría del "no podemos cambiar nada". Procuramos resistir, llegar a fin de mes, que no nos toque la china de un despido, de falta de trabajo, que nuestra familia pueda seguir apoyándonos económicamente, y entonces cada fin de mes ardemos, volvemos a arder, convirtiendo en legítimas sus fechorías. Pero cuando pase lo anterior, cuando hayamos difundido por todos sitios que hemos perdido el miedo y en la mayoría de las conciencias sea verdad, el fuego de estos indignos llegará a algo que ya está ardiendo, un fuego controlado que no les permitirá avanzar porque se habrán quedado sin el combustible que les permite arder a ellos, se habrán quedado sin las personas asustadas de las que se nutren.



4 de febrero de 2014

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