Desde que nos comunicamos por medios digitales, las erratas
de todo tipo han proliferado. A las faltas de ortografía, expresión y
puntuación que cometíamos cuando escribíamos a mano, hemos sumado los errores
de edición, o sea, las erratas. En realidad el uso de los ordenadores nos ha
dado la posibilidad de editar que antes solo teníamos cuando pasábamos a limpio
un trabajo, artículo, receta o similar en una máquina de escribir.
En nuestros manuscritos a mano (porque también llaman
«manuscritos» a los originales en ordenador antes de haber pasado siquiera un
corrector ortográfico) era muy raro ver bailes de letras o confusión de unas
por otras. Faltas de ortografía sí, pero erratas era menos frecuente o casi no
había. Nadie escribe «ñas» a mano cuando quiere decir «las» y, sin embargo, es
uno de los «lapsus clavis» más frecuentes actualmente.
Si con los errores gramaticales no era suficiente, el uso
añadido de la edición vino a completar la difícil tarea de la expresión
escrita. Y a los ordenadores se le ha sumado en los últimos tiempos el uso
cotidiano de los chats en nuestros teléfonos móviles. Esta última herramienta
añade agravantes a nuestros flirteos con la expresión y la comunicación: la
inmediatez, la espontaneidad, lo efímero. Así que si antes en los mensajes de
correo electrónico el cuidado y la revisión eran escasos o nulos, en los
teléfonos móviles es casi imposible. Y, para ponerle una guinda al pastel, la
función predictiva de los teclados, en muchas ocasiones, cometen el error que
tal vez tú no hubieras cometido nunca.
Por eso últimamente nos pasamos la vida descifrando
WhatsApp de nuestros conocidos. Porque están tan encriptados que a menudo es
necesario mandar una línea más de texto para corregir lo inmediatamente escrito
y que casi ni nosotros entendemos. De ese modo hemos aprendido a comprender
palabras a las que se les ha colado un carácter por otro, la tecla de al lado
de la que queríamos pulsar. Por supuesto ha desaparecido la puntuación, y si
vemos escrito «No he sido yo», en nuestra cabeza y sin querer colocamos la coma
que falta. Paradójicamente pudiera parecer que esa sencilla frase es confusa.
Pero la naturaleza del chat hace que no lo sea. Si quisiéramos negar nuestra
intervención en algo, diríamos «Yo no he sido»; al aparecer en primer lugar el
«No», sabemos que inmediatamente detrás debe ir una pausa. Y entonces
comprendemos.
De modo que de nuevo nuestra expresión depende del medio que
estemos utilizando, los errores que en un mensaje nos confundirían, en un chat
no tienen efecto. Hasta ahí llega nuestra capacidad de síntesis de la idea y de
interpretación del mensaje.
Esto en términos generales. Porque en realidad y con
frecuencia yo no entiendo a mis amigos hasta que no leo dos veces sus frases.
Los bailes y las suplantaciones de letras ya casi los tengo controlados, lo que
peor llevo es la ausencia de puntuación.
Por eso nos pasamos la vida descifrando WhatsApp. No es
difícil: basta con haber interiorizado en nuestro tuétano la disposición «qwert»
del teclado para entender frases aparentemente cifradas como estas de ayer
mismo.
- Pero so lo ha
visto oí Luis en la valle
- Si tiene mas fotos
miad qie me las mande
- Yo creo q es n
madrdi
- qcyo tambieb me
voy con vosotraa
- p no hacer mas
msletas
- llfvaz al lado un
tonton no?
- bue.os días…. q
pereza maletas…. q lejo lo veo aun
- hay ina neurpna q
lleva solo los mapas
- q si q van los
tres y lis 40 uros